sábado, 17 de septiembre de 2016

Bajo Sospecha: Prejuicio y Discriminación en la Sociedad Chilena

       
I
Hace un tiempo mientras regresaba en metro a mi casa después de la jornada laboral, recordé un par de anécdotas que ocurrieron en diferentes momentos de mi vida. El leitmotiv de ambas: estereotipo y prejuicio.
La primera de ellas se remonta a mis años de Universidad, cuando al tener que comprar una camisa y una corbata producto de un examen, me dirigí a un centro comercial vinculado a los poderosos dueños del retail chileno.  Buscando alguien que me atendiera y asesorara en los temas señalados, pasé varios e interminables minutos dándome vueltas en espera de alguna persona. Miraba con extrañeza que sujetos vestidos formalmente o con mejores prendas que las mías contaban ipso facto con el auxilio en estas materias. (Debo señalar que por ese entonces tenía el pelo largo y vestía tan mal como hoy) Después de un rato que supera la paciencia hasta del más tolerante, decidí marcharme y comprar en otro lugar. Me había vuelto invisible en ese contexto, en uno de los centros icónicos del neoliberalismo y consumismo nacional.

Paradójicamente esto no fue exclusivo de la frivolidad de las compras. El mes pasado concurrí a visitar una galería de arte con el propósito de ver la exposición del pintor chileno Eduardo Mena. ¿Dónde? Cerro Alegre, Valparaíso. Debo señalar que la experiencia en ese lugar fue bastante incómoda e insólita a mis recientes experiencias en salas, exhibiciones o muestras culturales. La insistente presencia del administrador del lugar en cada espacio que yo recorría y en particular cuando quise abrir mi bolso para sacar una agenda y tomar notas de la muestra, caía en lo excesivo, prejuicioso e invasivo.  Más improcedente aún, cuando en el mismo instante turistas estadounidenses y franceses sacaban fotos sin miramientos, acto que por lo demás estaba prohibido. Ahí el trato del sujeto fue diametralmente distinto. Ergo, no tuve un solo momento de tranquilidad para contemplar las pinturas de Mena así que molesto y hastiado de estar bajo sospecha, me marché del lugar a los diez minutos.

Estas anécdotas particulares que acabo de narrar, generalizan una situación cotidiana que sufren miles de chilenos. En mi caso fueron menores y casi aisladas, sin embargo para otros compatriotas y la cantidad importante de inmigrantes que han arribado al país el último lustro o década, es una carga, un peso que deben soportar día a día.
II
Mucho más traumático fue el incidente que sufrió el artista visual chileno, Bernardo Oyarzún el año 1998. El artista mientras transitaba por una de las arterias de la capital fue interceptado por funcionarios de Carabineros de Chile. ¿La razón? Era sospechoso de haber cometido un asalto. Según el mismo Oyarzún, la razón principal de haber sido acusado injustamente fueron sus características faciales, el color de piel y rasgos indígenas heredados de su abuela materna. A pesar de ser dejado en libertad luego que las víctimas no reconocieran en él al culpable, tomó esta nefasta experiencia personal como inspiración para crear su performance fotográfica “Bajo Sospecha” actualmente exhibiéndose en el Ciclo IN-VISIBLE del Centex del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Valparaíso la cual visité.
III
El artista, egresado de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile donde se graduó con mención en grabado y pintura, trabaja desde la discriminación, el cuerpo y la identidad, ocupando en sus obras muchas veces su propio cuerpo como soporte en aras de la denuncia y el discurso que desea expresar.
“Bajo Sospecha” (1997 – 1998) está compuesta primeramente por cuatro gigantografías en blanco y negro con el rostro de Oyarzún de 150 x 244 cm. El artista bajo la figura del retrato hablado y la fotografía biométrica juega con las técnicas utilizadas por las policías para identificar a los sospechosos y dar con su rastro. Estas cuatro imágenes exteriorizan además el racismo, clasismo y prejuicios del chileno ante elementos corpóreos como el color de la piel, rasgos étnicos y faciales. La obra en esta primera parte denominada “El delincuente por (d) efecto” alcanza a mí parecer una vigencia latente producto además de los valores trastocados en cuanto a imagen y negación de nuestro carácter mestizo, la exacerbada instauración de lo blanco y rubio en la publicidad como canon y  por la entrada en vigencia hace unos meses de la Ley 20.931, conocida como “Control Preventivo de Identidad” un resabio de la antigua detención por sospecha derogada el año 1998.

La fotografía del retrato hablado del propio Oyarzún dispuesto junto a las tres fotografías biométricas, constituye una performance del traumático momento o un constante re-vivir ese lapso de su vida donde sufrió la discriminación y sospecha policial por su aspecto físico como señalé. La descripción del delincuente, en la parte inferior de la fotografía, (el propio artista reitero) exterioriza además una visión que tuvo o tiene el componente policial a partir del siglo XIX con la aparición de la Criminología Positivista liderada por el antropólogo y abogado italiano Cesare Lombroso. La teoría basada a partir del método experimental inductivo que empleaba en hospitales, establecía que los delincuentes con delitos graves tienen en común taras genéticas vinculadas a su estructura ósea, principalmente craneana y facial. El mismo Lombroso llegó a plantear en su libro “El Hombre Delincuente” una tipología del criminal cuestionada y criticada fuertemente con el tiempo. A pesar de ello muchas de las concepciones estereotipadas nacidas a partir del siglo XVIII y XIX en torno al hombre del nuevo mundo aún se mantienen inalterables como denuncia Oyarzún en la obra: “Tiene la piel negra, como un atacameño, el pelo duro, labios gruesos prepotentes, mentón amplio, frente estrecha, como sin cerebro”. De lo expuesto puedo precisar que hasta el mismo Immanuel Kant instaló y exteriorizó desde la intelectualidad filosófica una mirada despectiva, subvalorando a los seres humanos de este continente por su aspecto físico y ligándolo a un ocaso moral. El filósofo separaba al hombre en cuatro razas, dotando a la Europea/Blanca de la noción de perfección y a la Americana/Roja un primitivismo absoluto. Prejuicio racial en toda su magnitud.
IV
Finalmente la exposición del artista exhibe una serie de 164 Fotos – Retratos montados sobre un panel de 244 x 1000 cm. “La Parentela o por la causa” es su nombre. Las fotografías no están dispuestas al azar. Cada uno de los rostros retratados corresponde a un pariente de Oyarzún, que mantiene con él lazos sanguíneos, étnicos y similitudes faciales y corporales propias del parentesco. La relación entre el delincuente y “la parentela” ha sido parte no sólo del ámbito policial, la literatura por ejemplo nos ha dotado de casos excelsos donde la figura del roto ladino y ladrón que carga con el peso de vivir en un lugar marginal y rodeado de un aura de determinismo positivista lo condiciona a ser un lastre para la sociedad y un peligro para la misma.  
La literatura de corte Naturalista o mediada por ella,  tuvo un fuerte impulso a comienzos y mediados del siglo XX en Chile. Novelas como “El Roto” de Joaquín Edwards Bello, “La Sangre y la Esperanza” de Nicomedes Guzmán o “Hijo de Ladrón” de Manuel Rojas, en la mayoría de sus líneas intentan reflejar que la condición humana está seriamente determinada por la herencia genética, las taras sociales (alcoholismo, prostitución, pobrezaviolencia) y el entorno social y material en que se desarrolla e inserta el individuo. Este Naturalismo literario entrelazado con el positivismo de Augusto Comte, dispuso también desde esa vertiente la mirada determinista y ligazón de lo delictivo con el parentesco. Oyarzún toma esta idea y nos ilustra con los perfiles de sus familiares descendientes de mapuches al igual que él, que a la luz de los hechos y de la historia del país y el continente, también cargarán de por vida el estar en la sociedad chilena constantemente “Bajo Sospecha”. Como muchos, tal vez millones de nosotros.

                                                                                                      




sábado, 10 de septiembre de 2016

Ramón Sender: La combativa Literatura de la Guerra Civil y Exilio Español

Si nos enfrentáramos al ejercicio de elegir aquellos acontecimientos en la historia de la humanidad y, principalmente, de la época contemporánea, que por su magnitud han dejado huellas y cicatrices en el alma de una sociedad, saltaría a nuestra memoria por su significación y alcance que hasta hoy tiene, el período cruento de la Guerra Civil Española.
Guerra comprendida entre los años 1936 a 1939, que no fue producto del azar, sino de un largo periplo de desaciertos políticos, desgaste de los sistemas de gobierno y lo principal, la ebullición de luchas y cuestiones sociales, consecuencia de siglos de injusticias contra los sectores más desposeídos y oprimidos de la sociedad española. El conjunto de todos estos elementos fue caldo de cultivo de sectarismos, odiosidades y fragmentaciones que no hicieron más que reflejar el comienzo de un siglo XX convulsionado y lleno de luchas por ideologías, que vinieron a cobijar y a encantar a quienes se sentían con la responsabilidad cívica y moral de cambiar el devenir de las cosas. Es preciso señalar que aquella guerra fratricida que sigue enlutando la conciencia española, por más que calza con un período en que el fascismo y el comunismo luchaban por instalarse en Europa y extenderse a la mayor cantidad de países, nació y fue de raigambre puramente interna. España se polarizó y no por estas ideologías, sino producto de sus errores e injusticias como sociedad: una marcada intolerancia, eternos revanchismos, malos manejos políticos y gobiernos inoperantes.
Al estallar la Guerra Civil, Ramón J. Sender se encuentra en San Rafael donde veraneaba junto a su familia. La localidad quedó bajo las fuerzas de Francisco Franco, por lo que sus vidas corrían peligro, y por esto envía a su familia a Zamora, donde es ejecutada su esposa. Esta serie de sucesos trágicos, sumado a una vida de constante agitación e identificación con diferentes luchas, van marcando la vida del escritor. El contexto que va viviendo y el entorno en el cual va madurando, conforman esa posición ante el mundo que extrapola en las temáticas de sus novelas. Ahora, si bien es cierto, la literatura nos entrega un mundo de ficción, compuesto de espacios, personajes y una serie de elementos transfigurados y verosímiles, no debemos olvidar a su vez que los mismos son tomados de la realidad; que el autor por más que quiera desligarse o evadirse de aquella, es un ser de carne y hueso que esta condicionado por los avatares de su tiempo y espacio, y muchas veces de manera consciente o inconsciente, fuertemente influido por esa historia que quiéralo o no termina incidiendo en su visión de mundo.

Ramón Sender es un claro ejemplo de aquello, no por negar o intentar borrar su pasado o historia como señalamos, ni tampoco por hacer de la misma una copia exacta y entregarnos una literatura marcadamente panfletaria, su denuncia si es que la hay, es clara pero sutil, elegante e inteligente. Toma su historia y recoge lo mejor de ella, para así nutrirse de la savia necesaria y entregarnos una narrativa tan prolífera como rica en calidad.  Es un escritor de la República, de la guerra y del exilio español que nos presenta experiencias literarias en las que se juntaron el desarraigo personal y la voluntad de seguir fiel a una patria presente y luego lejana. Pocos escritores son capaces de seguir tan vinculados a una tierra distante que deja huellas imborrables en él. Por otro lado la evolución ideológica de Sender fue muy similar a la de muchos escritores comprometidos con cambios sociales y luchas utópicas y por eso nos resultan tan familiares sus personajes: un inicial descubrimiento de la revolución, identificada con el anarquismo, dio paso a la militancia comunista.
En las obras de Ramón Sender es posible visualizar cierta dimensión social en el contexto de cada libro. Esta dimensión social queda como el marco ineludible donde se desarrolla la vida y del que surgen conflictos  en el que están inmiscuido el individuo, pues para Sender el hombre ocupa un lugar importantísimo dentro de la sociedad, y por ende, en sus obras.  Aparte de su dimensión social, el escritor nos entrega a través de sus novelas, variados temas, como el sentido de la justicia, la culpa y su expiación, el sentido revolucionario entre otros. El sentido de la justicia se convierte en uno de sus tópicos literarios. Ese ideal y la lucha por alcanzarla, fueron desde la infancia del autor móviles de vida, verdaderos llamados para conducir su paso por la tierra. Desde muy joven Sender se conmovió por las causas y luchas de los desprotegidos, de los desamparados, de los trabajadores. Más aún en una España convulsionada durante las primeras décadas del siglo XX por la desigualdad, la pobreza y la miseria. Fue un hombre comprometido con sus ideales y los diversos sucesos que le tocó vivir. Un rebelde en todo el sentido de la palabra. Rebelde para alejarse de la generación del 27 de la cual sólo cronológicamente fue parte, claro está, pues tanto en forma como en fondo estuvo muy distante en los postulados tanto de poetas como prosistas de aquella. En pleno apogeo de los conceptos de deshumanización del arte inspirados en José Ortega y Gasset, Sender con su talante revolucionario decide crear una prosa social, realista, revolucionaria que enfrente aquellos que solo estaban preocupados por la estética.  Es por ello que los diversos temas y estilos narrativos que emplea en su literatura, distan completamente de lo artificial de las letras de ese momento. Sender está preocupado de los problemas reales, al igual que otros escritores que anticipan el comienzo de la Guerra Civil, con total realismo y postulando una novela social, realista, alejada de formalismos y de la moda. Sender es un escritor del pueblo sin titubeos ni concesiones, firme en su rebeldía personal. Rebelde políticamente, mantuvo inalterables sus ideales y pensamientos incluso causando molestias en aquellos con quienes compartió militancia.

Otra de las características en el pensamiento del escritor es su interés por el hombre y su circunstancia; sus afanes de igualdad, justicia social y dignidad que cada ser individual y colectivamente merece. Como tenaz defensor de estos valores, el tema de la dignidad del hombre y sus derechos, se extrae con claridad en sus escritos. Esa preocupación por el hombre lo acerca a las luchas sociales siempre simpatizando con los desposeídos, los desprotegidos y si bien es cierto, la obra del escritor es extensa y muy variada, es recurrente en ella el trato que hace de la dignidad humana, preocupación esencial en su vida.
 A modo de cierre, no podemos dejar de mencionar dentro de la cosmovisión del autor, otras situaciones recurrentes en sus obras como la presencia de la culpa o la violencia. En lo que se refiere a la primera, confesión y culpabilidad van de la mano con la propia visión de mundo del escritor nacida de un deambular político e ideológico extenso e itinerante. No por nada en variadas entrevistas ha reconocido errores en su militancia y arrepentimiento de las ideologías que profesó. Encontramos tanto en Réquiem por un campesino español (1960), como en El lugar de un hombre, (1939) uno de los móviles formales de la novela senderiana la culpabilidad. Desarrolla esta inquietud personal, sobre la  base de dos esquemas estructurantes: primero, en la forma de una culpa que se expía por el recuerdo individual o el diálogo confesional; y segundo en  la persecución sobre el individuo. La violencia emerge también producto de sus vivencias, del recuerdo, extrapolada a sus narraciones consecuencia de la afectación que la guerra produjo en él. Desde el desarraigo nos brinda su visión de este conflicto, el daño que causó en la sociedad española, su experiencia en los distintos momentos en que participó de la causa republicana, y por supuesto, su posterior alejamiento de España. Podemos concluir que a pesar de lo extenso de su obra, pues abarcó desde la novela social hasta el autobiografismo, está inherentemente ligado a su historia y al contexto que le tocó vivir, un narrador  rebelde, de estilo sobrio y directo, sin ampulosidades, sencillo y distinto a su generación.

Para ti dónde estés...