Las
crónicas, relatos de viajes y el corpus de la mayoría de la narrativa histórica
chilena que trata sobre el descubrimiento y conquista, ha tendido a exaltar y
ensalzar las virtudes estratégicas y valores asociados a la valentía, gallardía
y el constante apego a la corona, la Iglesia Católica y la patria de los
invasores españoles.
En
general la historia oficial, la de los vencedores, olvida en forma intencionada
que dentro de la extensa Guerra de Arauco hubo otro bando, un pueblo indígena
que mucho más pequeño que el invasor y no tan avanzado como otras
civilizaciones americanas, demostró que en la defensa de su nación y amor por
la tierra y sus raíces hasta el día de hoy sigue siendo indomable.
Antes
que los escritores en boga de este positivo y agradable renacer de lo que
podríamos denominar nueva camada de la Novela Histórica como Carlos Tromben,
Jorge Baradit, Francisco Ortega o Waldo Parra entre otros, el gran escritor,
diplomático durante el gobierno de Salvador Allende y crítico literario chileno
Fernando Alegría (1918 – 2005) ya había iniciado esta nueva mirada de la
historia a través de las novelas. El autor de una prolífica obra entre las que
cuentan Recabarren (1938) Caballo de copas (1957) o Allende, mi vecino (1990),
logra con “Lautaro, joven libertador de Arauco”, (Santiago: Ed. Zig-Zag,
1943) mostrar precisamente la otra cara de la moneda en el período de
descubrimiento y conquista de Chile, la de un joven mapuche que por su valor,
astucia, lealtad a su pueblo y sagacidad es catapultado a la figura de héroe.
La
novela permite desde un comienzo
desmitificar la concepción errada y simplista del indígena como un sujeto
tratado en las crónicas de la época y libros de historia al símil de un animal
incapaz de expresar los más nobles sentimientos.
El
crítico literario Juan Armando Epple se refiere a Fernando Alegría como “un narrador, poeta, ensayista y profesor universitario
que se propuso rescatar la historia de los héroes sin monumento en sus obras. Formó
parte de la generación del '38 y pasó la mayor parte de su vida en EEUU”.
“Se ha destacado, entre los escritores
chilenos, por su pasión por develar la intrahistoria nacional y re-crear el
mundo íntimo y colectivo de aquellos héroes negados o desdeñados por la
historia oficial. Alegría se ha acercado a la experiencia histórica para
imaginarla y re-formularla como aventura y ética, asumiendo en la literatura un
acto de desciframiento político de la realidad".
Para
el novelista Lautaro fue un héroe popular que alcanzó su primer triunfo cuando
tenía veinte años y el máximo de su poder y gloria a los veinte y dos. El
escritor además señala lo siguiente en el prólogo del libro “…los araucanos fueron conducidos por un caudillo
que la tradición ha inmortalizado como uno de los más geniales libertadores de
América; genial no porque hubiera aprendido a serlo en contacto con las sociedades
avanzadas de su tiempo, sino simplemente porque nació genio.” (Alegría,
Fernando, Lautaro, joven libertador de
Arauco, 25ªedición, Editorial Zig-Zag, Santiago, Chile 1993, p.7-8.)
Lautaro y la dialéctica
del amo y el esclavo
Es
interesante además analizar esta nueva lectura que hace el autor, de la mano de
tal vez uno de los textos más geniales del filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, “la dialéctica del amo y el esclavo” comprendida dentro de su libro
“La Fenomenología del espíritu” de
1807.
Para Hegel el origen de la historia y homologando esto a la
génesis de nuestro país, se concibe gracias al enfrentamiento, al choque entre
dos deseos. Pedro de Valdivia, el invasor desea que el otro Lautaro, los
mapuches, le reconozcan, se le sometan y sean los subordinados. Este choque de
deseos, (este primer momento siguiendo los postulados de Hegel) entre invasores
e invadidos va a dar origen a un enfrentamiento a muerte, los dos lo saben,
pero por miedo, astucia, estrategia, hay uno que en este segundo momento
hegeliano se subordina al otro, Lautaro. Por su parte Valdivia se erige como el
amo, triunfador (por un tiempo) su miedo a morir es menor que sus ansias de
fama, riqueza y reconocimiento. (Una de las poderosas razones que trajo a los
descubridores y conquistadores a la tierra de nada). La figura amo/esclavo se
instala, surge.
Entendemos que Pedro de Valdivia extirpa el deseo de Lautaro
quien encarna como arquetipo el deseo colectivo del pueblo mapuche, la
libertad. El esclavo, Lautaro, se pone a trabajar transformándose en su paje,
se le somete.
“Desde
aquel día Lautaro pasó casi todos los momentos de su existencia diaria junto al
conquistador. El joven hablaba poco, trataba a todos con reserva, en su actitud
no había animosidad ni simpatía, solo indiferencia”. (Alegría, Fernando, op.cit.,
p.19.)
Lo interesante de la novela es precisamente dejar como
centro, protagonista de la historia, al caudillo indígena, con sus pensamientos
y divagaciones sobre el español. Prima en la prosa la mirada que tiene el
indígena de los europeos y no al revés como oficialmente nos ha llegado en los
tradicionales libros de historia.
“Lautaro
aprendió su lengua: una gran parte del mito se derrumbó, había descubierto que
los dioses hablaban de un modo simple sobre simples cosas; que padecían hambre,
sed frío, igual que los araucanos.” (Ibid., p.20.)
Es interesante y revelador desglosar esta última cita pues
irrumpe en este momento la des-mitificación que el indígena hace del
conquistador. Este cambio de percepción será a la postre clave para que él y su
pueblo rompan con el temor que tenían de los invasores y emerja en ellos la
idea de defender su nación. Siguiendo el modelo hegeliano nos adentramos en el
tercer momento, donde la negación de la negación se hace presente. Lautaro, el
negado por Valdivia, a su vez niega al amo iniciándose la insurrección, la insurgencia
y posterior muerte del conquistador.
“Pero
si un millar de cosas se derrumbaron en su contacto con los españoles, otro
millar había tenido su lugar. Lautaro escuchaba a su señor en religioso
silencio, le oía echar los planes de su campaña, le veía sus fuerzas en el
terreno: la caballería, los infantes, la artillería, los arcabuceros; luego
establecer su campamento y enviar avanzadas…Lautaro bebía en los labios del
conquistador el arte de la guerra.” (Ibid., p.21.)
Alegría resalta a través del inicio de la novela, la relación
de mutua cooperación que hay entre ambos. Valdivia a pesar de haber cambiado
con el tiempo la valoración hacia Lautaro, mantiene su mirada occidental,
europea, esclavista y dominante. Continúa utilizando al indígena como objeto,
una bestia que quiere domesticar al igual que un caballo. Lautaro en cambio es
astuto, estratega, se sometió pero para aprender, mirar, ocupó su rol de
esclavo subordinado para el fin último, aprender el arte de la guerra y luchar
por la libertad del pueblo mapuche.
“Lautaro,
joven libertador de Arauco” al igual o mejor que las recientes novelas históricas que se
agotan con premura en las veredas chilenas con ediciones piratas, tiendas con
textos de segunda mano o librerías de las más caras del mercado, expone la otra
mirada, el lado b para trastocar y girar la perspectiva conocida. Los extraños, los ajenos a mí, los diferentes,
los otros no son los mapuches, sino el español más invasor y genocida que
nunca, con miedos y temores, chorreando lodo y sangre como ocurrió en otras
colonias americanas, africanas y cada rincón donde se explotó, violó, saqueó y
mató para dar origen al capitalismo. ¿O no Marx?