lunes, 22 de agosto de 2016

Milagro y libertad: la filosofía del perro callejero

Hace unos días, mientras hojeaba uno de los tantos libros que leyó mi padre, topé con una frase escrita por él que me agradó de sobremanera: “Siempre me pregunto a dónde van esos perros de la calle con tanta prisa, habrán perdido algo, andarán buscando algo, yo creo que sí y se llama afecto”. Este pensamiento emanado de su caminar errante y afán de contemplar la vida con sus colores y sombras, me deja huella, una razón y valor emotivo para escribir estas líneas.

En mi deambular cada vez más asiduo a exposiciones, galerías de pintura y otras artes visuales, llama mi atención el rostro de un perro, un callejero de color negro que adorna un pendón instalado en las alturas de Casa E, inmueble victoriano enclavado en el Cerro Alegre de Valparaíso. “Avaro sol de los milagros” es el nombre de la muestra, Natalia Domínguez, la artista. Al ingresar me recibe precisamente un perro, uno de tantos que vemos (o no vemos) por nuestros espacios públicos y entre la masa (me incluyo) que corre por llegar a sus puestos de trabajo o de vuelta a casa tras la extenuante jornada laboral. Éste parece mirarme, escudriñarme como los innumerables que han coincidido conmigo en el camino. De color negro, tallado en madera, con una posición corporal que parece salir a mi encuentro, olfateando la presencia de este desconocido que quiere ingresar a su espacio, al territorio que eligió para “estar”. 

Una treintena de compañeros instalados en las paredes de la exposición representan ese “ser” del canino callejero que rompe convenciones, desata los nudos de las reglas y las normas, para instalarse, sentarse, vivir donde pueda, sea y le plazca.  Treinta y siete fotograbados con la técnica de la serigrafía en aluminio, visibilizando la presencia de los perros callejeros de Valparaíso y Viña del Mar, solo un esbozo de lo que ocurre en tantas ciudades, pueblos y rincones del país.

Porque eso tiene el perro callejero, esa autoridad y atrevimiento que llevó a los cínicos liderados por el filósofo griego Antístenes y su discípulo Diógenes de Sínope “el perro” a identificarse con las costumbres y el recorrer senderos de este canino errante. Estos filósofos aspiraban a identificarse con la figura de este animal, por la sencillez y desfachatez de la vida canina, la misma que veo en las serigrafías, echados en una vereda, afuera de un banco, dentro de un local comercial, en la costanera, jardines y plazas. Dueños y a la vez mártires de la selva de cemento.

Diógenes de Sínope, por ejemplo, en cualquier sitio se encontraba en su casa, así como estos animales, los mismos que contemplo en cada uno de los fotograbados monocromáticos, desperdigados por la urbe sin pedir permiso, sin autorizaciones, donde el cuerpo los lleve. La filosofía “del perro” adquiere plena consistencia. Ellos, los animales, alejados de los bienes materiales, el amor por la riqueza y los lujos, despreocupados de lo que pasa a su alrededor, instalan una lógica que tal vez debiésemos imitar cuando caemos presa de nuestra obsesión por la apariencia, riqueza o el que dirán.  Cada foto tiene un discurso, una evidencia que parece decir “aquí estoy, sin más equipaje que mi cuerpo”, soy parte de tu vida, recorrido y periplo.

Antes de partir y mientras el perro en el centro de la muestra pesquisa todos mis movimientos, concentro mi atención en una fotografía que con su sola imagen comunica lo expuesto, que llama poderosamente mi atención y corrobora lo que pensaban los cínicos y yo en particular. Un perro blanco, como uno de tantos que vaga por las calles, acostado, echado sobre el característico limpiapiés de los bancos y estampado en su superficie con los logos de Visa, Magna y Redbank. “El cínico” echado a sus anchas, sin que nada lo perturbe, ingresando en uno de los exponentes del poder económico y durmiendo sobre los símbolos del dinero plástico, el capitalismo y arribismo chileno. La razón de vida, ascenso social y estatus de muchos compatriotas es para el perro solo un lugar caliente para poder dormir y pasar la tarde. Esa es la filosofía del perro callejero, la que imitó Antístenes y Diógenes con el desapego a lo material, la que de vez en cuando podríamos adoptar, por unas horas, por un tiempo, para siempre. Quizás seríamos más felices, contemplando desde otra mirada la calle, el recorrido, lo que nos rodea. Y como dijo mi padre, encontrando en nuestra ruta a ese perro callejero presuroso que  busca nada más que afecto, tal vez al igual que nosotros.

La relación territorio y poder en el artista Rodrigo Molina

Sin ser un sujeto asiduo a los conciertos o tocatas, por cultura general y la presencia en algunos de ellos, recuerdo muy vagamente la figura de un telonero o artista previo al grupo principal que haya sorprendido o pulverizado las bajas expectativas sobre su presentación (muchas veces de relleno como la farsa, llevando el ejemplo al teatro medieval). Claro que también hay ejemplos de lo otro, de un músico que sorprendió por su irrupción y que con los años terminó incluso eclipsando a quienes alguna vez precedió en el llamado “plato fuerte”. Hago esta analogía precisamente al explicar lo que sentí hace un par de semanas, cuando visitando la Corporación Cultural de Viña del Mar en búsqueda de la exposición “Retrato de Familia B” de Christian Carrillo, me encontré en la antesala del lugar con la exhibición “Territorio y Poder”. Cinco obras, óleos en tela y madera, del artista visual chileno Rodrigo Molina. 
La primera pintura, potente, intensa y con una narrativa que por lo menos a mí me invita a apreciar la obra tanto en su técnica, composición, como en su discurso, fue el óleo sobre tela “Homo homini lupus”. El título del cuadro es una locución latina originaria del romano Plauto, que el filósofo político inglés Thomas Hobbes popularizó y masificó en el siglo XVII y que perdura hasta nuestros días. “El hombre es el lobo del hombre”. Cinco lobos devorando los restos y huesos de un ser humano, la mancha pictórica en toda su expresión reflejada en la sangre y lo poco de carne que queda del sujeto devorado. La obra en sí misma e instalada al comienzo de la exposición es ya una invitación a dialogar con la visión del artista en torno a los temas del territorio y poder, las luchas sangrientas y encarnizadas que durante siglos ha librado la raza humana por el dominio y sometimiento del otro. La dicotomía opresores/oprimidos – vencedores/vencidos – la supervivencia del fuerte sobre el débil en la mirada darwinista de nuestra evolución. La historia del mundo y de Chile en su particularidad es el reflejo de esta máxima expresada por el filósofo inglés. Nuestros propios miedos a ser devorados por otros nos convierten al igual que los lobos en seres colectivos en busca de protección y cuidado, pero en nuestra esfera más íntima y esencial solo somos individuos sedientos de sangre, egoístas y ávidos de poder. La opresión del otro, de lo otro, ha sido parte de nuestro paso por la tierra y la historia de la humanidad. 

"Poder Húsar”, óleo y gesso sobre madera, extiende la misma narrativa. El rostro del prócer desaparece. Es extinguido ante el poder supremo que inicia O´Higgins al finalizar el proceso independentista y dar comienzo a nuestros primeros esbozos republicanos. Surge en plenitud la dicotomía vencedor/vencido-¿dictador/guerrillero? En fin, hay mucho de historia mezclada con mito y leyenda en estas figuras. Lo claro es sin duda, que ambos personajes simbolizan las primeras luchas de poder por este país en ciernes. Vuelve la máxima: “El Hombre es el lobo del hombre o es un lobo para el hombre”. Ya desde la conformación de la nueva República las ansias de poder subyugan la razón. Asesinato de Rodríguez, antes cayeron los hermanos Carrera. Fin del Proceso independentista. Reitero, un prócer sin rostro sobre un fondo sin pintar. Un cuadro símbolo de lo que falta o se esfuma. “El húsar de la muerte” se desvanece, mejor dicho es desvanecido, borrado, extinguido.


En “Poder Capital”, óleo sobre madera reciclada, emerge un mapa pictóricamente vacío en su centro. Alegoría a la Región Metropolitana. Santiago es Chile, centralización territorial, poder económico que podemos extender perfectamente a nivel mundial con EE.UU  y sus cincuenta estados. Somos provincianos a nivel local y global. ¿Qué poder nos queda? Es la pregunta/respuesta que parece entregarnos “Poder Cobre” un óleo sobre madera acabado. El cobre, pilar en la economía chilena y nuestra riqueza, (o para algunos) no estuvo exento de las luchas contra grandes intereses y los “propietarios” de siempre. Los procesos de chilenización y nacionalización batallaron contra empresas estadounidenses en nuestro territorio. Explotación de privados a manos llenas, antes las salitreras, luego el rojo metal. La económica del norte de Chile en tanto extracción de recursos que enriquecen al país o a algunos pocos ha sido una historia de conflictos. Ingleses y alemanes en las salitreras, trabajadores oprimidos, explotados. Los North, Harvey, Délano dieron paso a la expulsada Anaconda, hoy encarnada por BHP Billiton, Barrick Gold, Anglo American Chile, entre otras. Cambió la forma, el mineral, no el fondo.

Cierra la exposición “Estados 1 y 2”. Un puzzle compuesto por cuatro pinturas que permiten descifrar los juegos de poder en procesos del triunfo territorial y económico del neoliberalismo y la globalización chilena del Starbucks, Subway, Pizza Hut, Kentucky Fried Chicken, Burger King o el clásico y pionero símbolo capitalista estadounidense McDonald`s. Se me olvidan muchos más. Rompecabezas que al ordenarlo deja de manera correlativa, frente a frente al ícono de la cultura gringa Mickey Mouse con nuestro Padre de la patria Bernardo O’Higgins, ambas figuras en la cima de la montaña cordillerana y que en sus faldeos recorre el Aconcagua.  Río iluminado por el reflejo del sol en un atardecer, una mancha pictórica, anaranjada que sobre las aguas contrasta con el cráneo de un puma, animal precisamente territorial, propio de nuestro continente y que habita preferentemente en la Cordillera de Los Andes. Un dato no menor: fue extinguido en América del Norte (territorio estadounidense) en vías de lo mismo en Chile donde el hombre es su peor enemigo. Los símbolos de la cultura estadounidense se imponen a los chilenos, consumatum est. Este nuevo puzzle ordena las piezas aunque tal vez no era necesario, pues poder y territorio siguen emergiendo como razones de nuestra existencia o epílogo de la misma sin mayores alteraciones.
Según Hobbes, somos verdugos de nuestra propia especie y nuestro entorno, el poder nos guía, nos une, aniquila y a la vez nos enceguece. En pleno siglo XXI ¿Los vencedores o los devorados por los lobos siguen siendo los mismos? ¿Lo seguirán siendo? Un hecho es concreto, poco ha cambiado en la esencia del lobo, perdón del hombre.




domingo, 14 de agosto de 2016

Gitano Rodríguez: Su Casa Transparente y El Hombre Imaginario de Parra

“Para que lo vayamos conociendo”es la exposición homenaje a Osvaldo Rodríguez, que visité hace algunos días en el Parque Cultural de Valparaíso. Una muestra que devela algunos de los pasajes de la vida del gitano, marcada por el exilio y el destierro, como uno de tantos chilenos, tras el Golpe de Estado de 1973 y la Dictadura de Pinochet. "Esta extraña tarde desde mi ventana (Silvio Rodríguez)" La muestra me recibe con una serie de acuarelas, trazos y dibujos donde el ícono, la figura recurrente es la ventana. Una metáfora, un tópico de la eterna mirada de este artista e intelectual porteño a Valparaíso, su bahía, cerros, ascensores y rincones. “Ventanas sobre un atardecer” y “Ventanas sobre Valparaíso” son algunas de sus obras, que reflejan la intención del artista por desnudar el puerto, observarlo día a día, recorrer con sus ojos los pasajes y lugares que lo vieron crecer. La ventana es a su vez, el espacio de nostalgia, de recuerdo que tuvo cuando el puerto ya no era parte de su ideario físico y tangible producto del destierro. El cantautor se inventó otras ventanas en otros lugares de la geografía del planeta fruto de su deambular por el mundo, pues los espacios originarios les fueron vedados por casi dos décadas.
“Mon amour”, “My love”, “Amore mio”, “Meu amor”, Valparaíso mi amor. La frase en diversos idiomas recorriendo la bahía, metáfora de lo cosmolita del puerto, del extranjero errante por sus calles y cerros. Multitud de seres contemplados siempre desde la ventana, aquella que simboliza desde su definición la abertura hacia el exterior, mirar qué hay más allá de donde me encuentro.Osvaldo Rodríguez por razones políticas sabría mucho más de eso en carne propia. Siete países e innumerables ciudades fue donde residió, infinidad de ventanas y aberturas buscando rasgos, pasajes, destellos del Valparaíso alejado, mimetizándolo. Fusionó y comparó espacios del puerto en otras ciudades como el artista señaló en más de una ocasión. Sigo mi camino, la muestra continúa. Sombreros, innumerables postales que revelan sus periplos, cartas, diarios, libros y diversos objetos personales e íntimos. Todos ellos exhiben retazos de la vida del cantautor y refuerzan lo mencionado: su relación perenne a pesar de los años y la distancia con Valparaíso.
La Casa Transparente y El Hombre Imaginario
En el recorrido por los siguientes espacios de la sala, atrae mi atención la referencia constante a la Casa Transparente, expuesta en sus dibujos con la técnica del lápiz pastel preferentemente. Con herramientas propias de la cartografía y la arquitectura, Rodríguez sitúa una morada imaginaria, diáfana, traslúcida enclavada en el mar, en plena bahía de Valparaíso, pero sin orientaciones exactas, pues viene a ser una metáfora de su propia vida, sus recorridos interminables que la ubica tal vez donde sus sueños quieran. Es ahí cuando irrumpen en mi persona los placeres primarios y secundarios que alguna vez planteó el británico Joseph Adisson en su ensayo llamado “Los Placeres de la Imaginación” del año 1712. Principalmente los secundarios, cuando recordé y traje a mi mente el poema “El Hombre Imaginario” de Nicanor Parra. En una relación que podríamos llamar de intertextualidad según Mijaíl Bajtín y posteriormente Julia Kristeva, empecé a encontrar semejanzas y lugares comunes entre la obra visual y el poema señalado. La presencia de un solo habitante, desolado, condenado al desamparo, la relevancia de lo onírico en ambas construcciones, las paredes, los muros, las irreparables grietas imaginarias. Los lugares, mundos y tiempos imaginarios expresados en los versos de Parra son un símil de la Casa Transparente, ubicada en un sitio impreciso, inexacto. equívoco, donde solo los sueños del único morador de ésta sabe o desea. A su vez, otro elemento símil es la presencia femenina. Mientras la obra de Rodríguez nos muestra una onírica y erótica amante del habitante de la casa, tal vez una amante que se esfuma o que solo es producto de la ensoñación del autor, en Parra la mujer imaginaria también se hace presente a través de los sueños, con un amor, placer y dolor que parece ser esto último, lo único real de aquella lírica.
La Casa Transparente y El Hombre Imaginario comparten esa narrativa de lo que fue o lo que pudo ser en la vida del ser humano. Todos hemos sido sujetos imaginarios alguna vez, enamorándonos y sufriendo por personas imaginarias, construyendo una Casa Transparente que intentamos llenar con nuestros recuerdos, victorias y derrotas. La constante presencia del mar, los barcos, navegantes, la brújula y elementos astrales en los dibujos del Gitano Rodríguez, es la manera de darle cuerpo al vecindario donde su ideal morada debiese estar, darle una ubicación y una corporeidad. Aunque fuese solo en sus sueños de habitante solitario u hombre imaginario.

Chile y la irrupción del héroe difuminado


El cuestionamiento, la duda y búsqueda de otras miradas sobre los símbolos de poder, se han instalado el último tiempo en Chile. La enseñanza por décadas de una historia oficial, desde y por los vencedores, con una mirada nimia y escuálida de los vencidos parece estar un tanto más frágil que en mis años de colegio. Una historiografía donde por ejemplo los pueblos originarios quedan a la vera del camino del historiador clásico y academicista, parece al menos ceder un tanto de terreno a una no oficial, excluida, pero que indaga en temas olvidados intencionadamente por la elite intelectual.

En un país que trata con desidia y  latente distancia la historia y la lectura en particular, ella queda básicamente restringida y subordinada a personajes que dominaron sin contrapeso el discurso historiográfico en nuestras aulas. Encina, Frías Valenzuela, Villalobos, por nombrar  los más reconocidos. Algo pasó y sigue ocurriendo en Chile hace unos años, donde esta oficialidad instaurada e instalada como “la verdad” de nuestra historiaempieza a mirarse al menos con suspicacia, en la indagación de otras vertientes que apunten a develar hechos que no eran útiles o apropiados de insertar en el discurso nacional y patriótico. La figura del héroe en el billete, en un monumento y sobre un pedestal como parte de nuestra historia, identidad y alma de chileno, parece resquebrajarse en el último lustro.

La fotografía “Ecuestre” del artista visual Andrés Durán (Santiago, 1974) enuncia algo de eso.La desaparición del héroe a través de programas digitales con la intervención del monumento, simbolizan una pérdida gradual en la atención y credibilidad de nuestros próceres producto de la actual irrupción de una mirada distante a los íconos republicanos. Blanco y negro de la imagen, la espada y patas del caballo son los elementos que sobreviven al todo original. La bandera símbolo patrio por excelencia y una corona de flores acompañan los restos de una parte de la historia que parece desaparecer y desvanecerse ante la mirada de los espectadores. La pieza, es parte de la muestra “Monumento Editado” del año 2014, que Durán exhibió en las galerías Gabriela Mistral del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y Metales Pesados, ambas en Santiago. Dieciséis fotografías intervenidas de presidentes, militares, intelectuales y héroes son parte del conjunto de la obra.  Las estatuas de próceres como Diego Portales, Arturo Alessandri, Bernardo O´Higgins, José Miguel Carrera y Andrés Bello entre otros,  fueron objeto del trabajo de postproducción del artista.

¿Son sólo ellos los únicos héroes en la construcción de este país? ¿Merecen realmente llevar el título de próceres de la patria? ¿Desaparecen sus figuras en el ideario colectivo de este siglo? Son preguntas que la pintura,  la literatura y la fotografía por citar algunas artes, han empezado a plantearse y plantearnos desde la reflexión y el reparo. No sabemos si el arte instala esta nueva mirada o se hace cargo de una nueva forma de entender la realidad y nuestra historia. Con matices, ayudados unos más que otros del éxito mediático y publicitario televisivo, las “Historias Secretas de Chile” y “La Patria Insospechada” de los escritores Baradit y Lara Serrano respectivamente, también contribuyen a este momento de desordenar lo oficial y poner desde la literatura, debo señalar, hechos históricos tal vez de tono menor, pero obviados por alguna razón. Nuevas voces que al menos nos saquen en pleno siglo XXI de la rigidez de la mirada histórica y patriótica tradicional.
El mérito de estos escritores y de Durán desde las artes visuales por sobre todo,  es precisamente hacernos meditar sobre la construcción arquetípica de nuestra historia o tal vez debatir sobre la historia segmentada, seccionada e interesada de unos pocos, que difundieron y arraigaron monopólicamente en todo un país.  Como dijo el filósofo Castoriadis “Debemos cuestionar lo dado, esa es la función del saber”. Vale la pena intentarlo.



Jorge Opazo: retrato, fotografía y poder en Chile

El retrato, palabra de origen latino que adquiere significados como, “hacer volver atrás”, revivir, reducir y abreviar, es otra de las manifestaciones artísticas consustanciales a la historia del hombre. Egipto, Grecia y Roma, tuvieron al retrato como uno de sus métodos para inmortalizar a sus personajes poderosos e ilustres, en especial a través de efigies en esculturas y monedas. La llegada del Medioevo, conjuntamente con su cosmovisión teocéntrica, trajo consigo la casi inexistente presencia del retrato, reapareciendo y extendiéndose a la pintura a partir del Renacimiento producto de la importancia que toma el ser humano en su particularidad. De ahí en adelante, esta expresión visual y plástica circunscrita a la escultura y lo pictórico mantuvo un desarrollo en ascenso que se incrementa con la irrupción de la fotografía en el siglo XIX y XX.
Según Roland Barthes, lo que la fotografía reproduce al infinito únicamente ha tenido lugar una sola vez: la fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente. Sacar de nuevo a la luz, hacer revivir lo ya inexistente, es precisamente la sensación que la fotografía del chileno Jorge Opazo Galindo (Taltal, 1908 – Santiago, 1979) expresa en sus obras. El artista, quien también fue pintor, es considerado el más importante retratista de la primera mitad del siglo XX. El glamour y los poderosos eran el foco de su cámara con la intencionada elegancia y austeridad que reflejaban sus fotografías. Desde la década del treinta a los sesenta, fue el fotógrafo oficial de la élite local, quienes acudían a él por la particularidad de su trabajo, sin estridencias, cuidada composición e iluminación.
En el año 1938 es nombrado fotógrafo oficial de la presidencia, razón por la cual el trabajo de Opazo confluye desde ese momento con el poder político y la mirada anquilosada que se tenía de nuestros líderes republicanos. Al revisar su galería de presidentes fotografiados, desde Pedro Aguirre Cerda hasta Eduardo Frei Montalva, apreciamos el componente iconográfico de su trabajo, la relación de cada uno de los personajes retratados que responden a una concepción y tradición de austeridad, sobriedad y elegancia, entre otros valores que los gobernantes chilenos deben proyectar al país. Por lo demás, cada una de estas fotografías presentan símiles tanto en composición como en la idea que quieren representar. Estamos en presencia, claro está, de un arquetipo.
Cuenta la historia que fue la esposa de Pedro Aguirre Cerda, quien se contactó con él para fotografiar a su marido apenas llegó a la primera magistratura. Por esos años era de total conocimiento en la elite chilena el trabajo del fotógrafo, en especial por el trato “hollywoodense” que daba a sus imágenes. No había imperfecciones en los rostros, hecho apetecido por las altas esferas chilenas que pedían sus servicios. Tanto como retratista social u oficial, Opazo desarrolló una propuesta estética basada en la utilización de fondos lisos, recursos lumínicos, ángulos contrapicados y modelos sobrios y elegantes.
Analizando cada foto en particular encontramos a su vez elementos que se repiten intencionalmente, develando una temática de carácter iconográfico, como ya señalé. La fotografía en blanco y negro asociada históricamente al glamour de épocas pasadas, presentaba en ese momento y -debo señalar- en la actualidad, con el resurgimiento de la técnica, ventajas que el color carece. Según palabras de John Garrett en su libro “El arte de la fotografía en blanco y negro”, la reducción de la fotografía a tonos grises, obliga prestar atención a los rasgos del rostro, revelados por el juego de luces y sombras.
En el caso de las fotografías del artista, se cumple esta aseveración. Las tonalidades más claras sobre los rostros de los mandatarios permiten descubrir en ellos una mirada y gestos faciales que reflejan el temple, sobriedad y dignidad que un mandatario debía ostentar en su cargo. Otros elementos elegidos por la lente e iluminados de forma de entregar una tonalidad más clara, con el fin de resaltarlos, son la vestimenta, banda presidencial, escarapela y piocha. Estos remiten a símbolos de poder, autoridad y tradición que emergen desde los albores de la República.
El primero de ellos es la vestimenta. El uso del frac y corbata de lazo de color blanco, fue un elemento protocolar reiterado al momento de asumir el mando hasta la década de los setenta. Cabe señalar que Salvador Allende Gossens rompe con la tradición, al ser el primero que asiste a dicha ceremonia con traje de sastre. A su vez, la banda presidencial utilizada por primera vez de la mano de Bernardo O´Higgins, es el símbolo histórico de poder del primer mandatario. La escarapela y la piocha del mismo O´Higgins con la estrella de cinco puntas que simboliza el poder ejecutivo, también son parte de la mayoría de los retratos, nuevamente como elementos de la ostentación del poder y la autoridad.
Fotógrafo de moda en su época, amado por muchos y fallecido en completa soledad ante la indignación de su mujer por el “pago de Chile”, Jorge Opazo reflejó a través de su corpus fotográfico no sólo una parte de nuestra historia, sino una mirada de los valores que debían resaltar en la construcción de este país y encarnar los gobernantes sin distinción política, un elemento arquetípico propio del discurso que gobernar a Chile y velar por su presente y futuro, responden a un fin mayor.

Para ti dónde estés...