I
Hace
un tiempo mientras regresaba en metro a mi casa después de la jornada laboral,
recordé un par de anécdotas que ocurrieron en diferentes momentos de mi vida.
El leitmotiv de ambas: estereotipo y prejuicio.
La
primera de ellas se remonta a mis años de Universidad, cuando al tener que comprar
una camisa y una corbata producto de un examen, me dirigí a un centro comercial
vinculado a los poderosos dueños del retail chileno. Buscando alguien que me atendiera y asesorara
en los temas señalados, pasé varios e interminables minutos dándome vueltas en
espera de alguna persona. Miraba con extrañeza que sujetos vestidos formalmente
o con mejores prendas que las mías contaban ipso facto con el auxilio en estas
materias. (Debo señalar que por ese entonces tenía el pelo largo y vestía tan
mal como hoy) Después de un rato que supera la paciencia hasta del más
tolerante, decidí marcharme y comprar en otro lugar. Me había vuelto invisible
en ese contexto, en uno de los centros icónicos del neoliberalismo y consumismo
nacional.
Paradójicamente
esto no fue exclusivo de la frivolidad de las compras. El mes pasado concurrí a
visitar una galería de arte con el propósito de ver la exposición del pintor
chileno Eduardo Mena. ¿Dónde? Cerro Alegre, Valparaíso. Debo señalar que la
experiencia en ese lugar fue bastante incómoda e insólita a mis recientes
experiencias en salas, exhibiciones o muestras culturales. La insistente
presencia del administrador del lugar en cada espacio que yo recorría y en
particular cuando quise abrir mi bolso para sacar una agenda y tomar notas de
la muestra, caía en lo excesivo, prejuicioso e invasivo. Más improcedente aún, cuando en el mismo
instante turistas estadounidenses y franceses sacaban fotos sin miramientos,
acto que por lo demás estaba prohibido. Ahí el trato del sujeto fue
diametralmente distinto. Ergo, no tuve un solo momento de tranquilidad para
contemplar las pinturas de Mena así que molesto y hastiado de estar bajo sospecha,
me marché del lugar a los diez minutos.
Estas
anécdotas particulares que acabo de narrar, generalizan una situación cotidiana
que sufren miles de chilenos. En mi caso fueron menores y casi aisladas, sin
embargo para otros compatriotas y la cantidad importante de inmigrantes que han
arribado al país el último lustro o década, es una carga, un peso que deben
soportar día a día.
II
Mucho
más traumático fue el incidente que sufrió el artista visual chileno, Bernardo
Oyarzún el año 1998. El artista mientras transitaba por una de las arterias de
la capital fue interceptado por funcionarios de Carabineros de Chile. ¿La
razón? Era sospechoso de haber cometido un asalto. Según el mismo Oyarzún, la
razón principal de haber sido acusado injustamente fueron sus características
faciales, el color de piel y rasgos indígenas heredados de su abuela materna. A
pesar de ser dejado en libertad luego que las víctimas no reconocieran en él al
culpable, tomó esta nefasta experiencia personal como inspiración para crear su
performance fotográfica “Bajo Sospecha” actualmente
exhibiéndose en el Ciclo IN-VISIBLE
del Centex del Consejo Nacional de la
Cultura y las Artes de Valparaíso la cual visité.
III
El
artista, egresado de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile donde se
graduó con mención en grabado y pintura, trabaja desde la discriminación, el
cuerpo y la identidad, ocupando en sus obras muchas veces su propio cuerpo como
soporte en aras de la denuncia y el discurso que desea expresar.
“Bajo Sospecha” (1997 – 1998)
está compuesta primeramente por cuatro gigantografías en blanco y negro con el
rostro de Oyarzún de 150 x 244 cm. El artista bajo la figura del retrato
hablado y la fotografía biométrica juega con las técnicas utilizadas por las
policías para identificar a los sospechosos y dar con su rastro. Estas cuatro
imágenes exteriorizan además el racismo, clasismo y prejuicios del chileno ante
elementos corpóreos como el color de la piel, rasgos étnicos y faciales. La
obra en esta primera parte denominada “El
delincuente por (d) efecto”
alcanza a mí parecer una vigencia latente producto además de los valores
trastocados en cuanto a imagen y negación de nuestro carácter mestizo, la
exacerbada instauración de lo blanco y rubio en la publicidad como canon y por la entrada en vigencia hace unos meses de
la Ley 20.931, conocida como “Control Preventivo de Identidad” un resabio de la antigua detención por
sospecha derogada el año 1998.
La fotografía del retrato hablado del propio Oyarzún dispuesto junto a las tres fotografías biométricas, constituye una performance del traumático momento o un constante re-vivir ese lapso de su vida donde sufrió la discriminación y sospecha policial por su aspecto físico como señalé. La descripción del delincuente, en la parte inferior de la fotografía, (el propio artista reitero) exterioriza además una visión que tuvo o tiene el componente policial a partir del siglo XIX con la aparición de la Criminología Positivista liderada por el antropólogo y abogado italiano Cesare Lombroso. La teoría basada a partir del método experimental inductivo que empleaba en hospitales, establecía que los delincuentes con delitos graves tienen en común taras genéticas vinculadas a su estructura ósea, principalmente craneana y facial. El mismo Lombroso llegó a plantear en su libro “El Hombre Delincuente” una tipología del criminal cuestionada y criticada fuertemente con el tiempo. A pesar de ello muchas de las concepciones estereotipadas nacidas a partir del siglo XVIII y XIX en torno al hombre del nuevo mundo aún se mantienen inalterables como denuncia Oyarzún en la obra: “Tiene la piel negra, como un atacameño, el pelo duro, labios gruesos prepotentes, mentón amplio, frente estrecha, como sin cerebro”. De lo expuesto puedo precisar que hasta el mismo Immanuel Kant instaló y exteriorizó desde la intelectualidad filosófica una mirada despectiva, subvalorando a los seres humanos de este continente por su aspecto físico y ligándolo a un ocaso moral. El filósofo separaba al hombre en cuatro razas, dotando a la Europea/Blanca de la noción de perfección y a la Americana/Roja un primitivismo absoluto. Prejuicio racial en toda su magnitud.
IV
Finalmente la exposición del artista exhibe una serie de 164 Fotos – Retratos montados sobre un
panel de 244 x 1000 cm. “La Parentela o
por la causa” es su nombre. Las fotografías no están dispuestas al azar.
Cada uno de los rostros retratados corresponde a un pariente de Oyarzún, que
mantiene con él lazos sanguíneos, étnicos y similitudes faciales y corporales
propias del parentesco. La relación entre el delincuente y “la parentela” ha
sido parte no sólo del ámbito policial, la literatura por ejemplo nos ha dotado
de casos excelsos donde la figura del roto ladino y ladrón que carga con el
peso de vivir en un lugar marginal y rodeado de un aura de determinismo
positivista lo condiciona a ser un lastre para la sociedad y un peligro para la
misma.
La
literatura de corte Naturalista o mediada por ella, tuvo un fuerte impulso a comienzos y mediados
del siglo XX en Chile. Novelas como “El
Roto” de Joaquín Edwards Bello, “La
Sangre y la Esperanza” de
Nicomedes Guzmán o “Hijo de Ladrón”
de Manuel Rojas, en la mayoría de sus líneas intentan reflejar que la condición humana
está seriamente determinada por la herencia genética, las taras sociales (alcoholismo, prostitución, pobreza, violencia) y el entorno social y material en que se
desarrolla e inserta el individuo. Este Naturalismo literario entrelazado con el
positivismo de Augusto Comte, dispuso también desde esa vertiente la mirada
determinista y ligazón de lo delictivo con el parentesco. Oyarzún toma esta
idea y nos ilustra con los perfiles de sus familiares descendientes de mapuches
al igual que él, que a la luz de los hechos y de la historia del país y el
continente, también cargarán de por vida el estar en la sociedad chilena constantemente
“Bajo Sospecha”. Como muchos, tal vez millones de nosotros.