viernes, 23 de octubre de 2015

La prueba PISA y el Mundo Globalizado


Como otro de tantos profesores chilenos que nos vemos en aras de incrementar nuestro currículo y perfeccionarnos para crecer profesionalmente (dice el sistema) y mejorar nuestros alicaídos sueldos, por estos meses me encuentro desempeñando un curso impartido por el CPEIP del Mineduc sobre Enseñanza Efectiva en el Aula.
 Dentro de las tareas y actividades que debo desarrollar para aprobar éste, me tocó ver y analizar un video donde el expositor era el Director Internacional de la prueba Pisa;  Andreas Schleicher. Como es de conocimiento general, este nuevo instrumento mide cuantitativamente los resultados de habilidades y destrezas de alumnos de 15 años en lectura, matemáticas y ciencias pertenecientes a los países miembros de la OCDE (Organización para la cooperación y el desarrollo económicos o “club de los ricos”) de la cual Chile es miembro a partir del año 2010 durante el primer gobierno de Michelle Bachelet. En mis palabras no intento para nada dar con la clave secreta de una mejor educación o plantear fórmulas para ello, solo me remito a expresar lo que sentí al escuchar ese discurso y al menos discrepar de aquellos quienes consideran esta prueba internacional un paradigma en aras de mejorar la educación en países como el nuestro.
 En primer lugar hay una serie de contradicciones en lo planteado del objetivo de la prueba, su historia, propósito y explicación para su existencia y validación internacional por 87 países. Se le reconoce como una prueba estandarizada internacional, propia del citado hasta el cansancio, "Mundo o Sociedad Globalizada", lo que ya me genera dudas, pues precisamente beatifica este instrumento más por un negocio y carácter económico en ese mundo globalizado (cuanto negociado habrá detrás de su implementación y ejecución) pero cuestiona y deslegitima las pruebas estandarizadas locales (las propias de cada país) que tampoco son de mi devoción, pero son tan estandarizadas como ésta, aunque midan cosas distintas. Primera contradicción. Obviamente, el Director de PISA pone al instrumento como la panacea de la medición de los sistemas educativos, defendiendo su negocio creo yo, lo que lo deslegitima.
 El discurso emana una serie de parabienes y fuerzas idea que son de Perogrullo, que considero acertadas a cabalidad, pero siguen sin ser un dato novedoso. Por ejemplo aumentar considerablemente el salario de los docentes, buscar a los mejores, extrapolar lo mejor de los educandos, etc. Pero prontamente cae de nuevo en contradicción cuando habla que es posible lograr resultados de calidad más allá de los resultados económicos y sociales del país. El puñado de ejemplos, y vale la pena señalar, puñado para un mundo de actualmente 198 países, son precisamente solo de países desarrollados y con buenos estándares de vida. Incurre constantemente en la falacia de síntesis o generalización precipitada, pues cita dos casos particulares, Corea del Sur y Finlandia, acaso un par más, para sacar de ellos, los paradigmas de un sistema educativo de excelencia. Para mí craso error. El mundo, las sociedades, países, pueblos, barrios y por ende cada aula es heterogénea y el contexto social, cultural, económico entre otros de Finlandia, Canadá o Corea del Sur, son distintos al de Argentina, Chile y Turquía, y ojo, no digo mejores, sólo distintos, por lo que las fórmulas de uno es imposible adaptar a otros, como se ha demostrado en Chile, sempiterno país de la copia.
 Cita como modelos educativos exitosos países que también tienen un nivel cultural y de vida social alto, que nuevamente se contradice a los objetivos que quiere lograr esta prueba, separar lo educativo de lo económico. Al menos los ejemplos utilizados no tienen concordancia con esa tesis como ya señalé. ¿Cuál es el afán de constante medición y comparación? El mundo globalizado que intenta y ha logrado homogeneizar todo, precisamente tiene en la prueba PISA un ejemplo más, intentar a como dé lugar homologar la enseñanza, el contenido, el aprendizaje, el saber. ¿Con el propósito de qué? Para mí responde a intereses meramente económicos y que van de la mano con responder a lo que la demanda laboral mundial necesita. Distribuir los países en rojo, verde y amarillo, como el semáforo de cierto ex ministro de educación, creo que no soluciona el problema y al menos, como señalé, el discurso no entrega ningún dato novedoso y replicable a lo siempre mencionado.
 Creer en el ser humano, darle confianza y potenciar sus habilidades y destrezas, entre otros, rescato de las palabras de Schleicher sobre su experimento. Para mí, nada nuevo bajo el sol.

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