jueves, 26 de julio de 2018

Gonzalo Ilabaca y los itinerarios del hambre en nuestra América


“En toda dirección corre el mundo para ganarse el pan”. Esta idea asertiva que recorre la historia de la humanidad, dio título a un conjunto de obras del artista Gonzalo Ilabaca expuestas en la galería de arte Bahía Utópica de Valparaíso hace unos meses. El pintor, nacido en Concepción y de formación autodidacta, ha buscado en el periplo itinerante del viaje la fuente inacabada de inspiración para sus obras. Chile, India, Indonesia, Nepal, Tailandia, México y Guatemala han sido parte de su recorrido. Es la vivencia, el contacto con lugares, pueblos, el alma geográfica de diversos rincones del planeta y su gente lo que hace coherente ese itinerario gris de las hambrunas, las desigualdades, la violencia, el éxodo y la sangre que carcome la historia de la humanidad expresada en estas pinturas. “Son pinturas simbólicas que muestran la historia del hombre a través del hambre. Del hambre parte todo”señala el artista.
Concentra mi atención dentro de la treintena de cuadros de Ilabaca, algunos en particular por la temática, lo intenso de sus colores y el mensaje que expresan. África y el azúcar son dos de ellos, el color rojo y las imágenes de seres humanos en extrema delgadez, de visibles costillas, probablemente por la miseria y el hambre que retrata la exposición en su conjunto, no hacen más que recordar las injusticias, saqueos y esclavitud entre tantos vejámenes que indígenas, africanos y afroamericanos sufrieron y siguen sufriendo en esta sociedad donde todo es mercancía y cada uno de nosotros para el sistema y sus voraces dueños tenemos un precio. La pintura figurativa de Ilabaca retrata de magistral y denunciante manera el hambre y las condiciones infrahumanas que producto de las invasiones coloniales en nuestros pueblos realizaron los europeos a costa de llenar los bolsillos de sus parasitarias monarquías. El rojo color predominante en la mayoría de las obras representa y simboliza claramente por un lado la sangre derramada, los genocidios, torturas y atrocidades que cada uno de los territorios conquistados y colonizados por el europeo blanco sufrieron.

Este es el color de la pasión, la violencia, la guerra y la revolución. Revoluciones que, en URSS de la mano de Lenin, China con Mao, México con Emiliano Zapata y Pancho Villa o la de Haití con Dutty Boukman, Toussaint L’ouverture y Jean-Jacques Dessalines entre muchas más, han intentado, precisamente por vivir bajo el yugo de la opresión y del hambre, cambiar el curso de la historia.
Mientras me encontraba buscando información y leyendo fuentes para esta columna revisé una serie de documentales y textos sobre el pueblo hermano de Haití, como el brillante libro Las Venas Abiertas de América Latina de Eduardo Galeano. Sí, hermano, extraño el término para muchos compatriotas que han hecho del racismo, clasismo y xenofobia un arma detestable que los empequeñece aún más como seres humanos. Este pueblo hermano, desde sus orígenes sépalo usted, fue sometido a la esclavitud más aberrante de manos de los de siempre, de aquellos que dijo alguna vez Karl Marx llegaron chorreando lodo y sangre para llenar las fauces más hambrientas y voraces del por ese entonces incipiente capitalismo. Haití fue saqueado, sus habitantes torturados, sometidos a oprobios y vejámenes por franceses y españoles que al igual que en estas tierras, llegaron a colonizar, evangelizar y llevarse todo en aras de la riqueza de unos pocos. Por siglos Haití, ahora en la más absoluta pobreza, llenó las arcas de Francia, Holanda y España a costa de la explotación sin ningún desparpajo del azúcar, café y algodón, todo con la mano de obra más barata que un capitalista puede ocupar: la esclavitud. Pero precisamente fue ese pequeño país, orgullosamente negro ahora en el suelo, quien fue el primero que se alzó y rebeló contra franceses, incluido Napoleón hasta lograr su independencia. En el siglo XX, y con la historia familiar de dictaduras corruptas, apoyadas por EE. UU, siguió además pagando una millonaria indemnización a Francia. ¿La razón? tener la patudez de querer ser digno, libre, emanciparse.
Al igual que en Chile, en el año 2010 sufrieron un terrible terremoto, que hasta el día de hoy los tiene en el suelo. Ese es Haití, un país que como tantos sufrió y sigue sufriendo por las ansias de poder de otros que exhiben sus avances culturales, científicos y tecnológicos a costa de destruir otros, el admirado blanco europeo. Para mí haitianos, bolivianos, peruanos, argentinos y cada uno de los habitantes explotados de esta América Latina, las cabezas negras, los salvajes, los bárbaros son mis hermanos, pues nos une no solo vivir en el mismo continente, sino la misma historia de opresión, injusticia, genocidio y saqueo. La historia del hambre en nuestro continente.
Finalizo esta columna resaltando el interesante trabajo expuesto en una serie de pinturas tituladas La cuchara, y El mal vecino. Desfile de seis obras que exhiben los cuerpos exangües, mal nutridos y apesadumbrados de una pareja que posiblemente emigra desplazados como he planteado en estas líneas, por culpa de la avaricia de otros. No es casualidad que precisamente el cuadro El mal vecino se encuentra al lado de otro que representa a un hombre esmirriado, con calaveras en sus cabellos al igual que el árbol que lo acompaña. El reflejo de la muerte, el señor de la muerte echando raíces. ¿Será una metáfora de los gobiernos de EE. UU? Hay que revisar la geografía de las guerras, hambrunas, golpes de estado y pobreza en nuestro continente para darse cuenta de que en mayor o menor medida siempre han estado metidas las manos sedientas de petróleo, cobre y recursos naturales del imperialismo gringo.
Es la coherencia y pertinencia del discurso pictórico lo que valoro inmensamente de esta muestra. Soy un convencido que el arte debe tener una posición, un relato. “De los viajes, de los libros, de los sueños, lo importante para mí siempre ha sido volver a casa con un cuadro, porque sé que el pintor es el guardián de todo lo que va a desaparecer”, reflexiona Ilabaca resumiéndolo todo.
En tiempos de seres humanos sincrónicos (término creado por la socióloga Elzbieta Tarkowska), que viven únicamente en el presente y no prestan atención a la experiencia pasada o a las consecuencias futuras de sus acciones, exposiciones como ésta que permitan luchar contra la dictadura de lo efímero y el desprecio a la historia son dignas y urgentes de visitar.

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