viernes, 5 de octubre de 2018

El mágico pedaleo de Sergio Tormen

Corría el mes de septiembre y como en muchos establecimientos este año, también se había dado una semana de vacaciones de fiestas patrias. Al igual que en Navidad, estas fechas son alegres para mí (o ya no tanto desde la muerte de mi padre), por la alegría que nos brindan estos días de descanso y ocio para leer, compartir con seres queridos, recorrer la naturaleza y perderse lejos del mundanal ruido.
Ese septiembre de 1988 era, eso sí, muy diferente al de ahora, pues el olor a empanadas, asado, leña y carbón humeante, árboles en flor y viento primaveral estaba acompañado de tal vez uno de los momentos más importantes a nivel electoral de la historia de Chile: El Plebiscito del SÍ y el NO. Por esos días, en espera del anhelado pero incierto 5 de Octubre, junto a mi hermano Juan Luis y mi prima que producto de esas pequeñas vacaciones se encontraba en nuestra casa, comenzábamos cada tarde a dibujar y pintar en hojas de cuaderno, unas especies de panfletos con la consigna: Vota por el NO y el respectivo arcoíris del “Chile la alegría ya viene” que nos sacaría de las sombras y opacidades de la Dictadura Cívico – Militar de Pinochet y la derecha chilena. Niños de entre 9 y 10 años que con completa inocencia desperdigábamos los infantiles panfletos en los pasajes y calles del barrio, que por lo demás desde la asunción del dictador, se había llenado de milicos en su mayoría y algún sujeto de la CNI decía el mito. No imaginábamos el riesgo que tal vez corríamos.
Éramos un grupo de niños, que como tantos otros, teníamos entre comillas la fortuna de querer que cayera la dictadura bajo el arbitrio de las urnas, sólo por el hecho de escuchar los relatos de nuestros padres y no por el asesinato o desaparición de un familiar. Nuestros viejos nos comentaban sus idas a concentraciones porteñas, cacelorazos nocturnos y vivenciábamos la enseñanza militar del tomar distancia, desfiles eternos en la escuela y sentirse de izquierda por el sólo hecho de ser pobres. Con los años entendería que hay más fachos pobres de lo que alguna vez imaginé y que peor aún, avalarían sin reparos y ni un tinte de reproche, diecisiete años de torturas, asesinatos, violaciones a los derechos humanos y desigualdades sociales y económicas abismantes, que por lo demás siguen sin subsanarse. Para mí no hay perdón ni olvido. Sobre todo olvido.
Como nosotros, un grupo de niños, con edades similares a las nuestras y sólo algunos años antes, dan inicio a una hermosa historia, con cruces geniales de realidad y ficción. Entre saltos y piruetas en bicicleta, bolsas de bolitas y el calor del verano santiaguino de 1986, su persistente curiosidad y la rueda pinchada de una Caloi, los hará llegar a un taller de bicicletas atendido por un viejo gruñón llamado Don Anselmo ex entrenador de ciclistas y hallar en su morada un tesoro: Tres fotografías de la Revista Estadio de un anónimo ciclista fechadas en 1973. Estas líneas darán inicio a la hermosa novela juvenil “La Bicicleta mágica de Sergio Krumm” del escritor chileno Marcelo Guajardo. Con un relato dulce y propicio para niños, el libro va desentrañando una historia triste, pero recurrente en la historia reciente de nuestro país. La de los detenidos desaparecidos durante el régimen de Pinochet, el mismo que hace casi treinta septiembres deseaba al igual que mi familia acabara para siempre.
A tu memoria Sergio Tormen
Revisando el sitio www.londres38.cl, me entero que Sergio Daniel Tormen Méndez nació el 27 de abril de 1949 en Santiago. Trabajaba como mecánico de bicicletas en un taller propiedad de su familia ubicado en la comuna de San Miguel y era ciclista. Entre sus logros deportivos, destacaba el campeonato nacional en 50 kilómetros y persecución, ganado dos veces, el circuito Rengo y el Jaime Eyzaguirre. Militante del MIR, fue detenido el 20 de julio de 1974, a los 25 años, por agentes de la DINA junto a su hermano Peter Tormen Méndez en el taller donde trabajaba. Horas antes ya había sido detenido en el mismo lugar su amigo y compañero de militancia Luis Julio Guajardo Zamorano. Dos días después Peter Tormen fue dejado en libertad, sin embargo, los otros dos detenidos permanecen desaparecidos hasta hoy.”
Pues sí, aquellas fotografías que estaban en las paredes del taller de Don Anselmo, según la novela y bajo el nombre de Sergio Krumm, hacen referencia a uno de los grandes ciclistas de la historia de Chile. Tormen Méndez, al momento de su detención y desaparición hasta nuestros días, era un reconocido bicampeón nacional de ciclismo. Este hecho demuestra que los agentes de la dictadura no tenían contemplaciones para hacer desaparecer a cualquier ciudadano no importando incluso que fueran famosos deportistas a nivel nacional y sudamericano. La novela ficcionaliza los verdaderos nombres de aquellos que por pensar distinto fueron torturados y asesinados en Londres 38. Siguiendo la historia, los niños logran que el viejo Don Anselmo relate que sucedió con aquella estrella del ciclismo colgada en la pared. Sergio Krumm y Luis Tapia eran amigos inseparables. Ese día Luis (quien en realidad era el mirista Luis Guajardo Zamorano) fue secuestrado primero desde el mismo taller, dejando sólo un bolso. Horas más tarde Sergio y Peter de solo 14 años (Sergio y Peter Tormen) fueron interrogados y detenidos por funcionarios de la DINA. Con los años sabríamos que los demenciales agentes eran Manuel Contreras y Marcelo Moren Brito. La razón, haber querido ocultar el bolso del amigo y leal compañero de Krumm. Ese noble gesto decidió la suerte del deportista nacional para siempre. Don Anselmo también señala en la triste confesión, que pasadas las 21:00 hrs de ese siniestro día, él también fue detenido en su casa, colindante al taller y que vendado al igual que el menor de los Tormen, estuvo secuestrado dos días. Su nombre real Juan Andrés Moraga Gutiérrez entrenador del equipo chileno de ciclismo.
 Desde ese día Peter Tormen de tan sólo 14 años y toda su familia ligada al ciclismo nacional, sufrieron el dolor y tormento de aquellas que vieron como alguno o varios de sus seres queridos eran exterminados por la Dictadura Militar. Tocaron puertas, pidieron justicia, sufrieron la indiferencia de los aparatos estatales, tal vez los mismos que hoy piden unidad nacional, claman por reconciliación, y prostituyen la palabra perdón harta el hartazgo. ¿Merecen perdón? ¿A quién le exijo el perdón? El filósofo francés Jacques Derrida en un ensayo titulado “Perdonar lo imperdonable y lo imprescriptible” señala a ciencia cierta varios axiomas que rigen el caso de Tormen, Guajardo y los miles de chilenos torturados, asesinados y desaparecidos bajo el régimen de Pinochet y la derecha.
No olvidar, la derecha chilena. Derrida señala por ejemplo que “Nunca deberíamos perdonar en nombre de una víctima, y sobre todo si está radicalmente ausente en la escena del perdón, por ejemplo, si está muerta.” Por ejemplo, el discurso fundacional de nuestra alicaída vuelta a la democracia, en manos de Patricio Aylwin, el 11 de Marzo de 1990 con la postal de la enorme bandera cubriendo el césped del Estadio Nacional y pidiendo un perdón personal e institucional a todas las víctimas del terrorismo de Estado, tampoco tiene ningún sentido, más que un borrón y vamos hacia delante. ¿Aylwin y cualquier personero de este país tiene el derecho, el poder, para pedir perdón a más de una persona? ¿A un grupo, a una comunidad, a un país? Para el filósofo francés el perdón al menos para tener asidero, debe descansar al menos en dos principios: Primero que sea cara a cara y en segundo lugar que “aquél que desea el perdón, debe sentir la culpa, buscar la expiación, atormentarse con lo que hizo, básicamente arrepentirse. ¿Hemos visto esta actitud en las golpistas FF.AA chilenas? Nunca. Y nunca sentirán arrepentimiento. Para que haya realmente perdón y ese forzado sentimiento de unidad nacional en Chile, los militares y todos aquellos procesados, encarcelados y enjuiciados por crímenes de lesa humanidad debiesen sentir un día el tormento de lo realizado y empatizar con las víctimas en aras de la tan manoseada reconciliación. Seamos honestos ni las FF.AA ni peligrosamente una parte no menor de la población civil chilena siente un ápice de remordimiento o empatía para condenar los 17 años de dictadura pinochetista. La ignorancia y frivolidad, es más, de las nuevas generaciones hacen mofa de lo ocurrido y enaltecen la figura abyecta del tirano.
Mientras esperamos que Chile madure en su eterna infancia cívica y alguna vez exista el verdadero perdón, la novela y la historia de los Tormen, nos entregan una pequeña alegría, un botón de justicia, la que tan esquivamente han logrado como familia. Peter Tormen, aquel niño de 14 años secuestrado por la DINA, castigado con el dolor de la pérdida de su hermano, un 28 de noviembre de 1987 se convirtió en el segundo chileno en ganar “La Vuelta Ciclista de Chile” en el ocaso del régimen de Augusto Pinochet. La victoria tenía nombre y apellido Sergio Tormen Méndez. La lucha incansable de su madre hasta la locura, su hermana y hermano mayor Richard, ahora entrenador del equipo, tenían una pequeña recompensa. El destino a veces es dulce, se ríe en la cara de los despiadados. En plena transmisión y bajo la agobiante censura de Televisión Nacional de Chile, la prensa pinochetista  le asesta la interrogante que no podía dejar pasar y cuya respuesta la sabía desde que su hermano jamás regresó: “¿A quién le dedicas el triunfo, Peter?”, “A mi hermano Sergio, detenido desaparecido”, respondió. La pantalla se fue a negro, tan negro como ese periodo de nuestra historia.  Peter Tormen y la bicicleta mágica de su hermano seguirán pedaleando hasta el cielo. Sin perdón, ni olvido.

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