domingo, 27 de diciembre de 2015

Opinión: Crónicas patrimoniales de Cerro Alegre y Concepción



Según la definición que arroja la Real Academia de la Lengua Española, la crónica es una historia en que se observa el orden de los tiempos. Intentaré en estas líneas hacer algo de eso, con mi visita hace ya unos meses, a los Cerros Alegre y Concepción de Valparaíso.
Aprovechando unos días de asueto durante el pasado invierno, saqué partido del preciado ocio, recurrentemente menospreciado por la sociedad actual, para tomar nuevos aires.  Mi intención era viajar, para escapar del mundanal ruido, parafraseando el tópico del “Beatus Ille” citado por el poeta romano Horacio, en algunos de sus versos renacentistas. No descubro la pólvora al señalar, que estamos inmersos en una época donde el correr y el cumplir para ser el mejor o el más competente, ha desplazado conceptos como el abstraerse por un momento de lo establecido y las obligaciones, para contemplar la belleza de lo que nos rodea, dejada de lado e ignorada en aras de las extenuantes jornadas laborales y el compromiso institucional.
Ese día me di un lujo. Un hermoso y verdadero lujo. Me levanté temprano por la mañana y en compañía de mi novia, tomé un micro desde mi ciudad Villa Alemana y me propuse visitar la patrimonial ciudad de Valparaíso. El puerto querido, que no frecuentaba hace ya cinco años, debido a la finalización de mis estudios de Pedagogía en Castellano en la Universidad de Playa Ancha y los vaivenes amorosos y laborales que me habían distanciado de la joya del Pacífico.
El comienzo del periplo de esa gris y fría mañana invernal me traslada a la Aduana y Estación Puerto donde después de recorrer sus dependencias, crucé hasta la Plaza Sotomayor y sus monumentos a las Glorias Navales, donde me esperaba mi pareja. Cuanta nostalgia y alegría a su vez sentí en esos instantes, cuando volvía a recorrer y contemplar lugares tan mágicos, vivenciales y significativos para mí, que albergaron la totalidad de mi época universitaria. El destino estaba trazado. Nuestra intención era recorrer los recónditos y pintorescos lugares que nos regalan el Cerro Alegre y Concepción y a pesar de algunas gotas y el frío de esa mañana, nuestras ganas de adentrarnos en esos espacios patrimoniales del puerto no hicieron más que abstraernos del frío, acomodar nuestras chaquetas y bufandas, para iniciar el trayecto. Después de investigar el día anterior por internet, algunas páginas web y blogueros, llegamos a la resolución que una de las formas de acercarnos más rápido al lugar, era a través del ascensor El Peral. Ese día, transitamos a través de la Plaza de Justicia frente a los tribunales, pero nos encontramos con la sorpresa que dicho ascensor estaba en proceso de reparación.
Obviamente, nuestra idea era llegar a dichos cerros para disfrutar de sus paisajes, artesanía, cultura, miradores  y locales para almorzar y tomar un café, así que ese percance no nos iba a detener. Preguntando como subir a los trabajadores de las faenas del mismo ascensor, continuamos con nuestro paseo ascendiendo por las escaleras El Peral y Calle Urriola. Debo señalar que la belleza del paisaje y la riqueza cultural y arquitectónica de esos lugares echan por tierra cualquier atisbo de cansancio en la subida. Que es bastante empinada por lo demás. Nuestra primera estación, ya en pleno Cerro Alegre, fue el Paseo Yugoslavo, que presenta una hermosa vista al puerto mismo y la construcción del majestuoso e imponente Palacio Baburriza, hoy también destinado al Museo de Bellas Artes de Valparaíso. Un hecho valorable en la mantención y rescate de nuestro patrimonio está en la limpieza que observé en sus adoquines y la reparación y remodelación que vive el sector para hacerlo aún más atractivo para los turistas y los nacionales.
Como señalé en el comienzo de estas líneas, me consideré ese día un afortunado por tener la posibilidad de gozar de ese pequeño descanso y visitar tan importantes espacios que al parecer son valorados solo por turistas extranjeros, franceses, chinos y estadounidenses, que fueron los que más pude advertir. Chilenos muy pocos. Casi nadie.
Después de recorrer las calles Montealegre, Miramar, Lautaro Rosas y San Enrique, muchas de ellas con característicos adoquines, nos dispusimos a buscar un lugar para almorzar. La calle Almirante Montt tiene la ventaja de albergar un sinnúmero de cafés y pintorescos restaurantes que ofrecen comidas diversas desde la francesa en el ya clásico “Le Fillou de Montpellier”, hasta los sabores mediterráneos y españoles en el “Taulat”, donde destacan sus sabrosas tapas, lugar que elegimos con mi novia para comer. Pasadas al menos un par de horas y literalmente cerrando el restaurante debido a una agradable comida, atención y amena conversación, la corta estadía ( para nosotros que somos buenos conversadores) , nos dio tiempo suficiente para dirigirnos a Cerro Concepción, recorrer las calles principales como Papudo y Abtao y visitar los miradores Atkinson y Gervasoni.
Es en este último donde nuevamente resalta el atractivo arquitectónico y la invaluable cultura de sus espacios, donde la casa Mirador de Lukas, se lleva gran parte de los aplausos, pues en su historia cobija la historia del dibujante italiano Renzo Pecchenino, nacionalizado chileno por su magna obra. Historietas y cómics adornan y engalanan los muros de un lugar que es muestra plausible de nuestro patrimonio histórico. Al terminar la tarde decidimos seguir caminando por las calles que unen y zigzaguean el Cerro Alegre del Cerro Concepción, fuimos descubriendo con admiración llamativos murales y recónditos espacios multicolores y bohemios como el Pasaje Bavestrello, Hostales, Centros Culturales, Ateliers y los ya mencionados restaurantes, y cafés. Nos faltó tiempo, pero no ganas para seguir impregnándonos de estos lugares tan propios pero a su vez olvidados por nuestros compatriotas en desmedro del viaje al extranjero o la caja idiota (TV). Es fascinante tener un tiempo libre que nos permita conocer y reconocer una y otra vez a esta ciudad patrimonial, que nos debe llenar de orgullo, pero también de asumir deberes de cuidado, respeto, mantención y valoración de estos lugares.
En la vuelta a casa y descendiendo por Lautaro Rosas hacia el plan, hallamos junto a Marión (perdonen la omisión lectores de no haberla presentado) tal vez la guinda de la torta de nuestro recorrido turístico. ¿El hallazgo? Algunos centros culturales, un atelier y la librería Metales Pesados donde adquirí un par de libros. Para nuestra sorpresa y llegando al epílogo de estas líneas, todos estos lugares llenos de cultura y de nuestras raíces, estaban casi desiertos. Algunos extranjeros (la norma) y un puñado de chilenos (casi nosotros dos por un buen rato) mostraban atención e interés a obras de pintores nacionales y trabajos de las más diversas artes plásticas y visuales.
Siento en lo personal, que el título o rótulo que con justicia se ha ganado Valparaíso como ciudad Patrimonio de la Humanidad, de nada sirve si tenemos a un pueblo que no ejerce su derecho a querer cultura, a impregnarse de ella y a difundirla. Creo que es un deber como chileno y como ser humano el cuidar lo nuestro y enaltecerlo no solo una vez para la fiesta pirotécnica de fin de año, sino en entregar un ápice de nuestro escaso tiempo producto de la vida ajetreada que nos toca vivir, para recorrer lugares como éste, disfrutar de su comida, espacios, música, arte, en definitiva su gente. Es más, mientras anochece y me despido de la ciudad puerto arriba del transporte público, reflexiono que incluso el término “deber” por cuidar, valorar y rescatar nuestra cultura es una exageración.
¿Podrá ser un deber el contemplar y disfrutar la belleza de nuestras raíces? Para mí, si fuese tomado como un deber, el leer un libro, contemplar una pintura, disfrutar de museos, paisajes y gastronomía, es sin duda el más regocijante que como ser humano, persona y chileno puede haber.
Un deber que por natura todos debiésemos enseñar y cumplir.

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